martes, 27 de noviembre de 2012

Las elecciones catalanas (25N12)

Ya han pasado. Ya hay resultados. Ya hay valoraciones. Como siempre, todos han ganado. No voy a entrar en esas cuestiones. Pensaba -ya desde la convocatoria de las elecciones- el escribir unas líneas sobre el nacionalismo catalán, a raíz de la lectura de El laberinto español, de Gerald Brenan, hispanista e historiador británico. Voy a utilizar en las citas la edición de 1988 de Círculo de Lectores (la edición original se publicó en Inglaterra en 1943). Actualmente está editado por Planeta.
Me ha animado más aún la aparición de las memorias de Aznar, en las que se remonta a 1934 para explicar la cuestión catalana. Como siempre, el expresidente demuestra o ignorancia o sectarismo. Aunque tal vez sean ambas cosas a la vez. Cualquiera que revise la historia de España se dará cuenta de que el "problema catalán" viene de muy antiguo, con Olivares y los Austrias en el siglo XVII (pág. 67-68, del capítulo El régimen parlamentario y la cuestión catalana).
Al analizar la pérdida de Cuba, Brenan da las claves para entender el mantra del "expolio fiscal de Madrid"  y el nacimiento del nacionalismo catalán. Aquí está la cita completa:

La pérdida de Cuba, en la que los industriales catalanes tenían cuantiosos intereses, provocó un sentimiento de irritación contra Madrid, a cuya intransigencia se atribuía tal pérdida. Lo cual no era completamente justo, pues la oposición de los propietarios de fábricas catalanes a la autonomía de Cuba había sido uno de los factores que contribuyeron al desastre; pero sus quejas sobre el modo incompetente con que los asuntos del país eran conducidos desde Madrid, los escándalos de la administración, las enormes sumas de dinero empleadas en un ejército siempre derrotado así como la indiferencia de los gobiernos en cuanto al comercio y la industria, eran mejor fundadas. Se trataba, en resumen, de la antigua oposición de Cataluña contra Castilla, basada en concepciones fundamentalmente distintas sobre la manera de gobernar, reforzada por agravios recientes. «En Cataluña, nosotros tenemos que sudar y trabajar para que vivan diez mil zánganos en las oficinas del gobierno de Madrid», podían decir los catalanes. Y añadir enseguida que, aunque su población es solamente un octavo de la de toda España, ellos pagaban la cuarta parte de los impuestos del Estado, y sólo un décimo del presupuesto total volvía a sus provincias. Son, más o menos, las mismas quejas que sus antepasados habían expresado en 1640. Punto de vista natural en una comunidad negociante e industriosa que se encuentra sometida a una oligarquía, la cual, aunque en muchos aspectos más culta que ella, no manifiesta un interés urgente y vivo por hacer dinero y se esfuerza únicamente en continuar su perezosa y agradable existencia. Cuando estos sentimientos se les subieron a la cabeza a los fabricantes catalanes, mezclados con el clericalismo de las «clases acomodadas» de las ciudades y con la tradición carlista de las zonas rurales, fue cuando el nacionalismo catalán se convirtió por primera vez en una fuerza poderosa y desintegradora de la política española. Se formó un partido, la Lliga Regionalista, que reunía a los diversos elementos de derechas, y que tuvo la buena suerte de encontrar un jefe activo e inteligente en Francisco Cambó, presidente del Fomento (más tarde presidente también de la CHADE, la principal compañía eléctrica de España, y director de varios establecimientos bancarios) En 1901, este partido, conocido simplemente por la Lliga, obtuvo un triunfo resonante e inesperado en las urnas, y con ello la lucha por la autonomía catalana comenzó en serio.

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