domingo, 17 de febrero de 2013

Emigración en España

Hace un mes que mi hermano, con toda su familia, ha emigrado a Australia; y precisamente ahora he encontrado un texto muy oportuno en la última novela de Amin Maalouf , Los desorientados. Quiero compartirlo con vosotr@s porque invita a la reflexión y al debate.
[…] Todo hombre tiene derecho a irse; es su país quien tiene que convencerlo para que se quede, digan lo que digan los políticos grandilocuentes. «No te preguntes qué puede hacer por ti tu país, sino lo que puedes hacer tú por tu país.» ¡Es muy fácil decirlo cuando eres millonario y acaban de elegirte, a los cuarenta y tres años, presidente de los Estados Unidos de América! Pero cuando en tu país no puedes ni trabajar, ni recibir cuidados médicos, ni tener donde vivir, ni estudiar, ni votar libremente, ni decir lo que opinas, ni tan siquiera ir por la calle como te apetezca, ¿de qué vale la sentencia de John F. Kennedy? ¡De muy poca cosa!
Para empezar, es tu país el que tiene que cumplir contigo una serie de compromisos. Que te consideren un ciudadano con todas las de la ley y que no padezcas ni opresión, ni discriminación ni privaciones indebidas. Tu país y sus dirigentes están en la obligación de garantizarte esas cosas; en caso contrario, no les debes nada. Ni apego a la tierra ni saludo a la bandera. Al país donde puedes vivir con la cabeza alta se lo das todo, se lo sacrificas todo, incluso la propia vida; al país en que tienes que vivir con la cabeza gacha no le das nada. Da igual que se trate de tu país de acogida o de tu país de nacimiento. La magnanimidad llama a la magnanimidad, la indiferencia llama a la indiferencia y el desprecio llama al desprecio. Tal es la carta de los seres libres y, en lo que a mí se refiere, no admito ninguna otra.



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